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Todos hemos sentido envidia

  • Foto del escritor: Alfonso Jiménez
    Alfonso Jiménez
  • 14 sept 2019
  • 3 Min. de lectura

Como si fuera lo más sano, vivimos con la envidia entre nosotros. Ahora, sí es lo más normal, es de lo más humano. Pero, ¿por qué sucede esto? ¿Por qué experimentamos la envidia?

Algunas posturas psicológicas tienden a simplificarla como el deseo hacia el otro, hacia lo que no podemos tener, disfrazando con coraje aquello que no es parte de nosotros y que, de alguna forma, refleja nuestra autopercepción inferior respecto a los demás. Esta perspectiva es aceptable, sin embargo, me parece que hay otros elementos que pueden ayudarnos a entenderla de mejor manera.

El pensador Carlos Castilla del Pino nos ofrece una mirada que nos abre una posibilidad de mayor comprensión, preguntándose, ¿cuál es la relación que existe entre el envidioso y el envidiado?

Esto es muy curioso. El envidioso siempre tiene presente al envidiado, es la raíz de su desgracia, de su enojo, frustración, o lo que sea que sienta; sin embargo, en contraparte, el envidiado puede ni siquiera saber de la existencia del envidioso. Este es un primer problema (o primera resolución, como se le quiera ver): existe una relación entre ellos. Desigual –ya que uno puede no saber del otro–, pero relación, al fin de cuentas. A veces pasmos esto por alto como una obviedad, la envidia implica a dos (al menos).

En esta relación necesaria, como ya se decía, implica una asimetría. Ya sea porque el envidiado no sabe de la existencia del envidioso (como cuando una persona envidia a alguien que no conoce, un artista, por ejemplo), o bien, porque el envidioso resalta con pasión desbordante lo que sea que envidie del envidiado. Vaya, el envidioso se ve más abajo, se ve menos que el envidiado.

Con esto ya tenemos dos ideas de la envidia: hay una relación, y ésta, además, es asimétrica. ¿Qué implicación tiene esto? Nos habla sobre cómo la envidia no es posible sin relación alguna y, menos, si hay condiciones reales de equidad entre las personas.

La relación que establece la envidia suele ser ocultada, ello, de acuerdo con Castilla del Pino, se debe a dos razones. La de orden psicológico, que se orienta a negar la envidia para no asumir la posición inferior que el envidioso establece respecto a la figura envidiada; y, en un sentido social, la envidia se oculta con la finalidad de evitar juicios sociales que tienden a ver mal al que envidia. La envidia implica una admiración, en la cual el envidioso reconoce en el otro algunas cualidades de las cuales él mismo adolece. El odio manifiesto en la envidia se relaciona con una incomodidad que el envidiado genera respecto al envidioso; es decir, el envidioso reconoce y admira las virtudes del envidiado, en ese reconocimiento el envidioso manifiesta odio por saberse en una relación de desventaja.

Me parece, así, que el problema de la envidia está en la idea de valorarse a sí mismo en función del otro, en reconocer la valía propia en función de una comparación constante con los seres a los que –aparentemente– concebimos como nuestros pares o iguales. La pasión de la búsqueda de negación de nuestra propia inferioridad, dada por una constante comparación con los demás, es a lo que llamamos la envidia. La envidia la generamos nosotros, aunque tal vez un día aprendamos a no buscar una valía..., lo cual será tema para otra ocasión.


José Alfonso Jiménez Moreno





 
 
 

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