La tristeza circense
- Alfonso Jiménez
- 31 jul 2019
- 3 Min. de lectura
Toda mi vida tuve una sensación extraña frente a los circos. Mis padres me llevaron a un par de ellos, unos más excéntricos que otros, siempre pensando en la diversión que pudiera generar observar a personas haciendo piruetas impensables, así como la fascinación que pudiera generar la demostración de la aparente superioridad del ser humano frente a otros animales, haciendo que tigres y elefantes realizaran acciones poco probables en su naturaleza.
Ahora, como padre, uno busca formas de entretenimiento para sus hijos. Usualmente solemos recurrir a formas conocidas en nuestra historia infantil; esto implica para mí, entre otras cosas, la posibilidad de ir al circo. Rehuyo a ello, no por un discurso ambientalista de no apoyar a un negocio que basa su medio de vida en la represión de otras especies; que es una forma de pensar característica de la actual sociedad; sino por la tristeza de la vida que el circo me ha representado desde que mis padres destinaban sus esfuerzos para que mis hermanas y yo nos entretuviéramos y nos maravilláramos.
Los circos me generan una enorme tristeza. Conforme uno avanza en experiencias, en tristezas, en alegrías, en lecturas y en reflexiones, uno va modificando la manera de ver la vida y, en el mejor de los casos, uno se percata de ello. En mi caso no he cambiado de ver la forma en que veo los circos, sino que ahora, con vástagos de por medio, me di a la tarea de reflexionar el por qué no disfrutaba de ellos.
El negocio de los circos, al igual que otros muchos, se basa en el entretenimiento, en mostrarnos de una forma distinta algunas maravillas posibles por el ser humano. Incluso sin la consideración de animales en su agenda, quienes trabajan en circos laboran a diario para mejorar sus actos y llamar la atención del público. Se trata de hacerlos interesantes, que nos impresionen, que entretengan. A manera de confesión debo mencionar que me parece que esa búsqueda de entretención se sustenta en acciones llenas de tristeza.
No quiero que se me malinterprete, no quiero decir que siempre en la entretención subyace un halo de tristeza, sino que esta forma en particular lo implica. A mi juicio, lo realmente sorprendente no son las piruetas realizadas por los acróbatas, o por la increíblemente rápida implementación de un espectáculo basado en personajes para niños. Lo que realmente me parece sobresaliente es la manera en que constantemente buscan mejorar un espectáculo y atraer más público de todas las edades, a pesar de las crisis económicas, de ser nómadas –que por muchos pudiera considerarse como algo complicado de vivir–, de tener noches con poco público, de enfrentarse a que las nuevas generaciones buscan otras formas de entretenimiento, entre muchas otras cosas de las cuales no sé absolutamente nada.
Su labor es realmente excepcional. Eso no es triste, es de reconocerse. Tal vez a lo que llamo “la tristeza circense” no sea el circo en sí, los actos, los animales, o cualquier otra cosa, sino la tristeza que a mí me refleja tanto esfuerzo, una posible frustración superada, seguir adelante buscando entretener independientemente de lo que los actores circenses experimenten en su vida como seres humanos de a pie. Tal vez el asunto no son los circos ni nada relacionado con ellos. A lo mejor el problema es que desde pequeño los circos me reflejan cosas de mi mismo. Posiblemente la tristeza sea que yo no he podido soportar algunas frustraciones, no he podido mantener esfuerzos a pesar de lo que acontezca en la vida, o bien, no he podido seguir haciendo lo que debo hacer a pesar de todo. Esta sensación de tristeza que me generan los circos no es más que una tristeza sobre mi propia vida, mis frustraciones y mi incapacidad de realizar ciertas acciones cuando el contexto demanda algo más relevante de lo que puedo dar. Los artistas circenses lo logran, a veces yo no tanto.
Después de esta reflexión, posiblemente lo mejor sea seguirme encarando a mí mismo, solucionar las tristezas que el circo me refleja y darle a la oportunidad a mis hijos de vivir su propia experiencia frente a este tipo de espectáculos. Mi tristeza debe ser mía, eso sí me queda claro.

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