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Las minorías sociales: reflejo de nuestra lucha contra nosotros mismos

  • Foto del escritor: Alfonso Jiménez
    Alfonso Jiménez
  • 24 jun 2019
  • 3 Min. de lectura

En todos los países, en todas las historias, podemos encontrar relatos relacionados con reclamos sobre equidad y justicia. Incluso desde la Ilustración, hasta la actualidad, podemos analizar que la historia del hombre está llena de demandas sobre un mundo mejor, un mundo más justo.


Esto no solo se vive a nivel marco, es algo que experimentamos todos los días. En la vida política, en la vida social y en ámbitos más íntimos, como en el trabajo o en nuestras relaciones cotidianas, se observan reclamos de justicia y equidad. Por ejemplo, en últimas décadas se viven movimientos sobre grupos y comunidades –aparentemente minoritarias– que alzan su voz en pro de ser tomados en cuenta y exigir respeto por sus condiciones de vida. Prueba de ello son los movimientos ambientalistas, los relacionados con la orientación sexual, aquellos que resaltan la perspectiva feminista, antiracistas entre otros. En cada uno de ellos vemos como un grupo, al cual la sociedad considera minoritario, alza la voz frente a las formas inequitativas de relación que el ser humano establece en sus reglas sociales. Me permitiré explicar más a fondo este punto.


La sociedad y sus reglas de relación no son per se. Siempre están en función de determinados momentos históricos, de avances científicos, de corrientes culturales, entre un sinfín de factores. Sin embargo, pareciera haber siempre una constante en ellas: una aparente condición inequitativa entre las relaciones humanas. Independientemente de los avances culturales y morales, de los resultados de investigaciones sociales y psicológicas, siempre hay grupos minoritarios que demandan atención, como si siempre repitiéramos patrones discriminatorios, cambiando solo el objeto. Sabemos que la discriminación hacia ciertos grupos hace daño; sin embargo, a pesar que racionalmente lo sabemos, las reglas sociales que orientan hacia la minimización de las personas con ciertas características es una constante en la historia humana.


Por ejemplo, desde hace décadas la sociedad ha luchado contra el racismo con importantes avances, aunque ahora pareciera más en boga el movimiento feminista (si bien es un movimiento con más de 200 años, en los últimos años ha obtenido na importante fuerza). El movimiento ecologista es igual de relevante, lo mismo con la lucha contra la discriminación de personas con orientaciones sexuales diversas, o bien, con personas con discapacidades, que también son objeto de constante discriminación.


La manifestación de los movimientos sociales de las minorías a través de medios electrónicos, por medio de marchas, trabajos académicos, entre otros no es en sí un problema, al contrario, es sano. La cuestión es que representa un síntoma de una realidad social lacerante: una constante y tal vez inevitable lucha del ser humano en contra de sí mismo.


¿Qué es lo que quiero decir? Estos movimientos políticos contemporáneos son un reflejo sensible sobre cómo el ser humano, a través de su sociedad, establece mecanismos para ir en contra de sí mismo. La lucha por la libertad y justicia que vivimos desde tiempos ilustrados, la seguimos encarnando en la vida diaria a través de tweets, de marchas, en noticiarios, entre otras manifestaciones. Estas manifestaciones son la lucha contra nuestra condición inequitativa e injusta.


La búsqueda constante de justicia no es más que sabernos atascados en la injusticia total. La discriminación de grupos minoritarios en todas las escalas sociales (desde casa, escuela, trabajo, colonia, estado, entre otros) nos habla de la injusticia social cotidiana, en la cual un grupo/persona con poder buscará la consolidación de sí mismo a través de los otros. Vaya, mientras haya alguien en el poder, habrá otros que no lo estén; la discriminación hacia los minoritarios afianzará la esencia de quien se mantiene en el poderío. Las luchas hacia el poderío por parte de los grupos minoritarios son síntomas de la existencia de un poder que se reafirma conforme se dan estas manifestaciones.


Al respecto, hay una perspectiva interesante. Jorge Portilla, filósofo mexicano del Siglo XX, nos comentaba la manera en que aquel que vive en el poder, paradójicamente, resulta ser el más vulnerable. El grupo/persona hegemónica, que establece poderío y discriminación a otros, vive del reconocimiento, se sabe a sí mismo en función que los demás responden a su poder. En estricto sentido, son los más débiles, ya que necesitan de los demás para conformarse a sí mismos.


Los homofóbicos, los machistas, los racistas, los tiranos, son en realidad los grupos vulnerables de la sociedad. Necesitan de las minorías para poder ser. Busquemos borrar la aparente condición inequitativa e injusta de nosotros mismos, dándonos cuenta de cómo la identificación social y personal no debe depender necesariamente del reconocimiento del poder.


Alfonso Jiménez






 
 
 

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